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miércoles, 18 de marzo de 2015

Pensando en voz alta: Sobre la dramaturgia venezolana.

En la rueda de prensa del "Festival de Jóvenes Directores" organizado por Trasnocho Cultural, ante una pregunta sobre la dramaturgia venezolana, planteada por el dudoso "crítico" Edgar Moreno Uribe, el director Hector Manrique respondió: "Los dramaturgos venezolanos tienen que calentar más la silla".

La gratuita polémica en cuestión se presentó ante el conocimiento de la elección de los 8 textos seleccionados para dar inicio al festival, lo que este "periodista" al parecer no vio, es que no había una hegemonía europea o norteamericana en el criterio de selección, pero de alguna forma si temática: los problemas universales de la existencia del hombre, que traídos a nuestra latinoamericanidad pareciera nos son más pertinentes a la hora de verlos bajo nuestra lupa, por razones ya harto conocidas, parte de esto, nuestro gran complejo de inferioridad.

De los 8 textos seleccionados, dos fueron escritos por dramaturgos venezolanos (Gustavo Ott, Ugo Ulive) y dos fueron adaptaciones de obras del teatro clásico contemporáneo versionadas también bajo plumas venezolanas (Javier Vidal, Claudia Lizardo) de las otras cuatro, una de ella forma parte de nuestra reciente dramaturgia latinoamericana (Daniel Dalmaroni) y de las tres sobrantes, una pasó por la reescritura del original (Luigi Pirandello). Pensar que montar a Edward Albee e Eugène Ionesco (los únicos dos autores, que en este caso fueron "respetados" en el original, con "Historia del Zoo" y "La Lección" respectivamente.) no es pertinente, o que le está quitando puesto a dramaturgos nacionales, como textos elegidos para el arranque de un festival de jóvenes directores, no es más que un capricho o un berrinche innecesario que demuestra, desde mi percepción, dos cosas: primero, deja en evidencia la poca capacidad critica de nuestros críticos, y segundo, que en un país donde el arte no es visto como una profesión, cualquiera puede hacerce portavoz de ella.

Aunque la pregunta ¿por qué no más dramaturgos venezolanos? puede resultar pertinente, aislandola del contexto inicial. 

¿Hay que superar a Cabrujas?

El teatro de Cabrujas comprometido siempre con nuestra historia político, social, pareciera no se ha superado a más de 20 años de su desaparición física. Montar a Cabrujas siempre presupone un acto de actualidad e irreverencia, considerado el "único intelectual" de nuestro historia contemporánea reciente, a mi esto me resulta del todo preocupante, sobretodo porque la lucidez lúdica de maestros como Chocrón pareciera ya no tienen espacio (interés), y la dualidad ideológica de otros como Chalbaud que le han quitado mérito a su legado. 
Hoy por hoy la dramaturgia venezolana, a excepción de casos aislados como el de Karin Valecillos quien demuestra un interés en su prosa sobre el rescate de un pasado reciente sumergido en la violencia (29/10/88) o sobre nuestro presente sin esperanzas ("Jazmines en el Lídice") o esa eterna búsqueda de la identidad que parece no superamos jamás ("Lo que Kurt Cobain se llevó", "Vino la reina") ha demostrado que nuestra cultura, nuestra venezolaneidad en lo positivo o negativo, tiene público, despierta interés, y sobretodo llama a la reflexión.

¿Por qué, entonces, para hablar de nosotros, por qué para hacer metáfora de nuestros cambios conductuales propiciados por un gobierno que ha destrozado nuestra estima, nos ha separado y nos ha llevado por caminos de la violencia;  en la mayoría de los casos se recurre a la dramaturgia foránea?

Esta pregunta, incluso podría ser similar al de los síntomas de nuestra cinematografía, por cada película venezolana en cartelera, 10 son extranjeras. Tampoco hemos superado los errores, pues esta reflexión, Rodolfo Izaguirre bien puedo haberla hecho en los años 80´s. Es triste que estemos continuamente mordiendonos la cola, pero basta con afirmar, creer, y finalmente entender, que esa sentencia que dicta "que estamos condenados a repetir la historia" se haya convertido en mantra.

Reflexionar sobre lo que ya se reflexionó, refleja inmediatamente nuestra mediocridad, y las pocas intensiones que hemos tenido de forjar un cambio cultural. A nadie le importa. Y a quien le importa, es visto como un rebelde, una suerte de enemigo intimo incomprendido, que habla de más y que no suele cerrar la boca para conveniencia de otros.

¿Los dramaturgos venezolanos tendrán que calentar la silla realmente? ¿O a los realizadores de teatro no les interesa la dramaturgia venezolana? ¿Qué se considera hoy por hoy dramaturgia venezolana?
Si uno hace un vuelo veloz por la cartelera teatral y los textos escritos por venezolanos, podríamos decir que nuestra dramaturgia en tiempo presente, no es más que un cumulo de adaptaciones de películas, cuentos, novelas exitosas que despiertan el interés de un público tan ignorante como el artista ¿dónde está el germen de lo original? ¿a dónde van esas historias que debemos contar? Me atrevo a decir, que al cajón del mismo dramaturgo, porque también en muchos de los casos el dramaturgo decide escribir sobre lo que no somos, lo que no nos importa, o lo que poco nos afecta.

En Venezuela, el dramaturgo también es creador (y esto es algo mundial, en algunos casos), escritores como Xiomara Moreno o Javier Moreno se encargan de las puestas de sus textos, otros han creados matrimonios creativos como es el caso de Marcos Purroy y Daniel Uribe. Pero sin embargo una gran parte de nuestros dramaturgos pueden quedarse sentados esperando por ser montados y destinados a ser escuchados por un público quien bien puede dictar la sentencia final ¿se le ha quitado al público la opción de escuchar nuestra dramaturgia, y de ser ellos los jueces definitivos del gusto? 

Puede ser muy fácil decir "Si quieres montarte, móntate tu mismo", no creo que esto se trate de perseverancia, voluntad o falta de trabajo. La comunión para este tipo de eventos creativos siempre va a hacer necesaria, quizás sin la existencia de Tumbarracho Teatro, la obra de Valecillos continuaría invisible, así como en su momento ocurrió con Grupo Theja y la pluma de José Simon Escalona, Javier Vidal, y demás. También se trata de que la escritura por lo general suele ser un acto en solitario, pero entonces ¿necesita el dramaturgo de un amigo para ser montado? ¿y qué se puede definir cómo amigo en este medio? 

En definitiva, cada quien es dueño de su criterio, de sus intenciones y de sus deseos, cada quien puede tener la libertad de hacer lo que quiera, de ser un critico de teatro y quedarse dormido durante la mitad de la obra y aún así escribir una nota crítica de la obra sin ninguna objetividad, de ser un dramaturgo y plagiar una historia, de ser un director y no haber nunca dirigido a los actores, de ser un actor y jamás haber estudiado o haberse preparado para tal fin, todos condenados a perder credibilidad.

¿Importa la credibilidad?

Sí, cada quien es libre de hacerlo ¿pero nosotros tenemos que ser libres para aceptarlo? ¿eso es libertad?
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