La pequeña criatura negra brilla
como un caucho barnizado. Hace sol de mediodía y su sombra; más clara que
su piel, dibuja sus movimientos sobre la pared.
Sentada en entrada del edificio, espera a su madre que ha ido al mercado vecino, por unas papas y tocino. Ella le ha ofrecido un puré con mantequilla. Y la chicuela sólo
piensa en el momento a devorar el plato prometido.
Al otro lado de la acera un tonto
de igual edad le saca la lengua, la mira con rabieta y un balón entre las piernas. La observa y la remira buscándole
pelea y, se le ocurre gritarle lo primero que llega a su cabeza.
-¡Eh negra, eh!
Enriqueta lo ignora y se mira
los zapatos, rosaditos y con lazos. Sonríe recordando a su padre, que es quien
se los ha dado.
-¡Eh negra, eh!
Él ríe y grita con más fuerza, se pasa el balón
a su mano izquierda. Pasa un carro que lo borra de la mirada de Enriqueta, y el
niño atontado escupe con fuerza. La baba se calcina en el hormigón de la cuneta
y el niño con los bronquios suelta con fiereza.
-¡Eh negra, eh!
Enriqueta se arremanga, y respira con sutileza, intenta recordar el nudo del zapato, pues un lazo se ha soltado. Inquieta y con una mano en el entrecejo, vuelve a mirarlos y
piensa en anudarlos.
El pequeño futbolista al verse
ignorado le lanza la pelota con saña y entusiasmo. El balón recorre su
trayecto y le roza una oreja, la pequeña Enriqueta voltea y lo mira con
fiereza; le clava la mirada en los ojos al blanquito, quien no para de reír y
estrujarse el pantaloncillo.
Enriqueta desvía la mirada y,
recorre de derecha a izquierda esperando ver a la madre, descubre en uno de los
bolsillos de su vestido azul cuadritos un sonido de papel, un crash de caramelo y con gusto zalamero lo saca para darle vuelo.
Antes de poder abrirlo una mano
se lo arrebata. Al subir la mirada ahí está el tontuelo. El pequeño futbolista la observa con maldad y antes de correr le da un manotón entre las cejas. Enriqueta
desorientada cae hacia atrás y, al pararse de la acera ve al niñato calle abajo; que corre como gato, riendo y dando saltos.
Enriqueta se despierta y va tras
el ladronzuelo, sus pequeñas piernas recorren el alto suelo.
Apenas lo ve a lo lejos arruga
la cara y aprieta sus manos, coge fuerza e intenta ir más rápido. Una gota de
sudor le cae entre los ojos y se rasca la picazón mientras recorre con enojo.
Ya se acerca al niñato quien la
espera en la esquina. La remeda y se ríe mientras mueve la colita, hace voces
de marica restregándole el fundillo. El pequeño niño de ademanes aguerridos.
Enriqueta lo mira con odio y
recuerda a la madre cuando le prohíbe jugar con el cloro -pues a ella siempre le
han gustado esas prendas de estilo desmanchado-. Corre con fuerza hacia el pequeño bandido y
antes de darse cuenta el cordón se le desarma. El niño cruza la calle de vuelta
a la carrera y Enriqueta se resbala por culpa de la trenza. Va y recorre hacia abajo en un lento recorrido. Mas le duele al asfalto que al pedazo de cráneo.
El niñato se detiene en plena carretera, la mira con asombro y la señala por tontuela.
El niñato se detiene en plena carretera, la mira con asombro y la señala por tontuela.
-¡Negra idiota! Le grita mientras
salta de algarabía.- ¡Aquí está tu caramelo, ven y quítamelo mojonzuelo.
Y sin darse cuenta la luz cambia.
Enriqueta escucha un PAM, CRASH,
TUM.
Sobándose la frente mira hacia el frente, ya no ve al ratita, sólo un carro con luces que titilan. Se para de la acera y camina hacia el aparato, se resbala con un charco y da un salto. Se mira la suela y el cordón rosado; que ahora tiene estelas de un rojo machelado.
Por acto reflejo restriega para quitar cualquier rastro.
A mamá nunca la ha gustado que le ensucien las alfombras y menos de ese rojo oxidado.
Sobándose la frente mira hacia el frente, ya no ve al ratita, sólo un carro con luces que titilan. Se para de la acera y camina hacia el aparato, se resbala con un charco y da un salto. Se mira la suela y el cordón rosado; que ahora tiene estelas de un rojo machelado.
Por acto reflejo restriega para quitar cualquier rastro.
A mamá nunca la ha gustado que le ensucien las alfombras y menos de ese rojo oxidado.
Bordea el camino y lo que ve destartalado es el cuerpo destrozado del pequeño
futbolista, que ahora tiene una pierna sobre la cabeza torcida.
Ya no mira, ya no grita, ya ni
siquiera ríe.
Una mano la aparta y la empuja a lo lejos, es el hombre del carro que mira con desconsuelo. Con la mirada perdida mira de un lado a otro y no se explica de dónde ha salido ese pequeño microbio.
Una mano la aparta y la empuja a lo lejos, es el hombre del carro que mira con desconsuelo. Con la mirada perdida mira de un lado a otro y no se explica de dónde ha salido ese pequeño microbio.
- La luz estaba verde ¿Tu lo
viste, verdad?
Enriqueta solo asiente y lo
observa sin novedad. Cuando baja la mirada descubre algo más. Sobre la mano
ensangrentada del pequeño futbolista, brilla el papel colorado, es el caramelo que
el chiquillo le ha arrebatado.
Sin que el conductor se de cuenta corre muy deprisa, y antes que el hombre se voltee lo arrebata entre los
dedos; tiesos y manchados. Lo guarda en el bolsillo del vestido azul a cuadros.
-¡Enriqueta!
Oye a lo lejos y al voltear ve a
la madre gritar, la agarra entre los brazos apartándola de aquel cuadro, macabro.
-¡Enriqueta! Hija mía. ¿Qué ha
pasado? ¿Estás bien? Enriqueta, mi pequeña.
Va la niña entre brazos y le
dice sonriendo; mientras saca el dulce del cuento.
-Mira mamá el caramelo, que me ha
dado la maestra de regalo, por hacer bien el trabajo.
Daniel Dannery.
21/03/2012.
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