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domingo, 24 de abril de 2011

Carta de Amor.

Siguiendo con la onda de las cartas de amor, y todo el revuelo que ha causado la elección de las 10 finalistas del concurso MontBlanc, he encontrado un documento que escribí en 2008 con intenciones de enviarlo al concurso cartas de amor en aquella época. Finalmente ésta decisión fue truncada por mi falta de motivación y fastidio de tener que ir personalmente a una tienda de estas y entregar el documento. En todo caso, a sabiendas de cómo elige el jurado las cartas finalistas, se con seguridad que ésta carta que aquí publico jamás hubiese entrado en concurso. Da igual. Sírvanse de leer este documento antiguo cargado de farsa, vivencias e imaginación.


Espero lo disfruten.
D.D.


 
A ti. Espero.

No lo sé. De verdad, no lo sé. 
Las cosas pasan por varias razones, y no es necesario que empiece a enumerarlas, ya de por sí creo que pierdo el tiempo escribiendo esta carta, como para perderlo poniéndome a pensar en justificaciones y actos "PRO QUO", que no los entendería nadie, y claro está que los llamados a la exaltación del ego son para la gente que ya es famosa y no para los que se andan arrastrando por la vida con la estima en el subsuelo o peor aún, escondida en alguna roca mohosa. 

No me gustan las rocas, alguna vez lo comentaré, y así lo sabrás, a mi hermano le sacaron hace unos años unos cálculos horribles del riñón y eso me hizo recordar a cuando era un joven rozagante que no conocía las penurias del amor y fui interceptado en plena calle ciega, aquella que se bifurcaba con la mirada al Ávila, por un peñón que me lanzaron a mala saña, y ahora veo mal de un ojo. 

Como me hubiese gustado verte con los dos ojos a la cara cuando te vi por primera vez, a pesar de que dicen que el amor es ciego. Y tú corroboras esa regla, no puedo negarlo. Pero ya me acostumbre, a leer con un solo ojo, y a verte desde un sólo punto de vista. Es que esas son las cosas del enamoramiento, uno va por la vida creyendo que es inmune a todo, inclusive al amor. 

Soy un tonto. Siempre lo he sido, desde que pedí el primer numerito telefónico, un miedo horrible siempre me atrapaba entre sus rejas, temblaba, me ponía rojo, rojo como un camarón, de la misma manera en que me insolaba cuando iba a la playa y mis padres me decían que me pusiera el protector, pero yo era joven, aun veía, como ve la gente normal, y poco me importaban los concejos.

Así de rojo estoy cuando escribo esto, y el temblor no se nota en mi letra, porque le pedí a Eduardito (el hijo de la vecina) que me hiciera el favor de pasarme la carta, tiene 20 en ortografía y redacción y apenas cursa el sexto grado, a veces me impresiono de las cosas que puede hacer un ser humano.

No lo sé. De verdad, no lo sé. Espero que no te resulte mala la idea de enviarte esto, a pesar de que siempre nos sentamos a la misma hora, e intercambiamos lo cotidiano “Buenas Tardes” “¿Cómo estás?” son más que frases, a mí me parece que es más que una idiosincrasia, por lo menos en mi. 

Desde el lado en que me siento cada rayo de luz que perfila tu rostro me hace pensar que no tengo que buscar más, que estas ahí, que te he encontrado.

Ayer te vi llorando, lamento que sea así, pero jamás te había visto tan bella, una sombra negra se te hizo en los ojos, pero reí, me hiciste recordar esa película donde el tipo resucita gracias a un cuervo. Es mi película favorita, y le tengo cierto cariño. En un momento me atemorice cuando volteaste hacia mi, bueno siempre tengo miedo, pero esta vez me agarraste sin un libro en las manos, que me sirviera de tapada para ocultar mi débil e inconstante mirada. Se que fui torpe y caí de la silla, y me alivió tanto el haber caído de esa silla, porque reíste, se que no te burlabas de mi, sino que buscabas una excusa para cambiar el dolor que sentías por algo mucho mas conocido, tú risa, esa risa que alumbra cualquier cartel de panadería, que es semblante para una propaganda de pasta dental, o un comercial de televisión que trata de vender café, porque nadie como tú, eso si, nadie como tú se lleva un vasito de café con esa risa a la boca.

Quiero que sepas, que aunque me refugio en cualquier mesa de la panadería, lo hago esperando que llegues, y siento miedo a que luego de que recibas esta carta, cambies tu rutina y no vuelva a verte a tres cuartos y medio desde tu otra esquina.

Por eso he decidido aprendérmela de memoria, ir en paso firme hasta el toldo azul de "Pepsi" que te resguarda del sol de la 1pm, y decirte: 
“permiso ¿ésta silla está ocupada?” 
y viéndote cara a cara dejar que la leas mientras la escuchas a su vez desde mi tono de voz quebrajado, como los audio libros (esta idea me la dio un amigo que estuvo en los Estados Unidos, y ahí son capaces de vender cualquier cosa), pero yo no quiero que compres mi idea, solo que mientras te lleves el vasito de café a los labios, sonrías y luego que termines de leer mi carta y escucharme, me digas: 

“Mucho gusto, me llamo…”

Daniel Dannery
27/02/08

1 comentario:

  1. Después que la leí te confieso que solo pensé en esto: "¿Por qué no escribí yo esto antes?".

    Siempre me han gustado la narrativa en las cartas. Ese tipo de escrito tan sincero, sin filtros, directo, sin corazas. Creo que en el cuarto párrafo hay un error, creo que quisiste escribir "Consejo" en vez de "Concejo". Del resto me parece una buenísima carta. El final es lo mejor.

    Saludos.

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