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domingo, 12 de septiembre de 2010

LOCURA SENIL.

Fotografía: Donigan Cumming.


Locura Senil

La mujer se encontraba recostada sobre la cama retomando un suspiro que había sido interrumpido por un dolor en el pecho. Los minutos pasaban y se sentía cada vez más cansada.

En un momento de brillante embriaguez, su mente se perdía en el tiempo; en el pasado, recordando las angustias que sobre ella pasaron. La mujer retomó su camino, se puso de pie.

Colocó su viejo cuerpo de frente al espejo y observo su reflejo y el de su muñeca; que peinaba continuamente. Le hablaba, como le hablaría a una hija, la tocaba. Toques de pasión, toques de locura, tocaba por tocar, la tocaba para hacerse sentir querida. Susurraba al oído de su hija palabras llenas de sabiduría, contaba los números, y ante ellos, contaba el por qué de la enumeración. La mujer dejó caer el cepillo al suelo, y nuevamente sintió su mirada ante el reflejo que modificaba su inaparente existencia.

La mujer se sentó sobre la cama y acaricio las sabanas. Colocó su muñeca sobre la almohada y, la arropó. A continuación le cantó, y al ritmo de sus versos se tambaleó y cayó súbitamente sobre el colchón; sus piernas quedaron por fuera, su mirada desviada visualizaba la forma de la lámpara, los ojos viraban de un lado al otro, su boca se entreabrió y con un poco de esfuerzo tragó la saliva amontonada. Sus labios se resecaron y volteo a ver su muñeca, inmediatamente se levanto de la cama.

-¡Pequeña! ¿Estás despierta?, es la hora del cuento –Murmuró–.

Se paró debajo del marco de la puerta, y sus dedos se dejaron llevar por la inercia del momento. Acarició las paredes, las besó y, la manilla fue objeto de su lengua. La mujer repentinamente soltó un grito al aire, sus rodillas fueron presas del peso de su cuerpo. Cayó arrodillada y, llorando recordó la hora del cuento.

Se escuchaba la tetera chillar en la cocina, el reloj dio las nueve, la mujer apresurada llegó a la cocina, se quito la bata y al son de una milonga bailó. Bailó como nunca antes lo había hecho. Bailó para olvidar.

Sus pies se desprendían del suelo, sus ojos cerrados imaginaban una noche en Buenos Aires. Sus manos tocaron la carne; ya flácida por los años. Dio vueltas, sonreía al bailar, tarareaba, sus carcajadas eran oportunas; oportunas para un momento de pasión, de picardía, de locura.

Sintió nuevamente un dolor en el pecho, un calambre en el hombro se apoderó de sus sentidos. La mujer cayó desplomada sobre el suelo.

La sonrisa era lejana, su mueca era lejana, su cuerpo era lejano. Su alma se acercaba cada vez más a la felicidad.


Noviembre 2003

Daniel Dannery.

1 comentario:

  1. Asi lo entiende Carlos: la ley de la vida es que mientras la gente va avanzando en el camino y no precisamente se va haciendo más joven, al tiempo.. Cuando todos a su alrededor logran tener un vida, comienzan a extrañar ciertas cosas, por lo que a veces pueden sentirse medio down (lo digo por las abuelas y eso). La otra cara de la moneda es que tambien tienen la oportunidad de ser libres, ya no tienen responsabilidades con nadie... entonces es ahi cuando yo digo que: ellos sabrán su vaina haha. Sabrán cómo actuar. El post magnífico!

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