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domingo, 5 de septiembre de 2010

SOBRE POR QUÉ TIERRA LE DABA LA ESPALDA A LUNA.

NOTA PREVIA:

Este fue mi primer, único y hasta la fecha, último intento de escribir una serie de cuentos infantiles. La idea era crear un cuento por cada mes del año. Me vino a la cabeza el día que cumplía años una de mis ex-alumnas de teatro de Skena, al que luego por supuesto se lo dedique y se lo di como regalo de cumpleaños un año después (Cosas de mi memoria que empeoran con cada año que pasa). La verdad creo que la desidia consumió a mis musas y por eso no emprendí la tarea de escribir los otro 11 cuentos. Pero bueno al menos éste sobrevivió.


Sobre por qué Tierra le daba la espalda a Luna.


Érase unas Hadas. –si, Hadas- Hadas que cantaban cuando Luna salía, pero no cualquier Luna, porque estas Hadas eran muy meticulosas.

De tal manera todos los Diciembre de cada año salían a cantar.

¿Y por qué Diciembre se preguntarán?

Porque la Luna era mucho más grande de lo normal, tan grande que faltaría más de un dedo índice para taparla, y tampoco con dos sería fácil.

En Diciembre Luna se acercaba a Tierra a pedir un beso. Y por ese motivo las Hadas cantaban y en sus fiestas, las noches se hacía menos oscuras por la luz que emanaban las luciérnagas que amablemente se ofrecían a alumbrar. Y era una ocasión para festejar, porque las luciérnagas casi no se divierten –pero ese es otro cuento-.

Luna buscaba a Tierra para darle un beso, y Tierra siendo un ser tan orgulloso siempre la rechazaba, y Luna se ponía roja de la ira, y la luz que emanaba se volvía casi anaranjada.

Lo cierto es que éstas hadas cantaban, para que Tierra le diese la cara a Luna y ella pícara de esa manera pudiese estamparle un beso.

¡Pobre Tierra! Decían las hadas.

-Tanta soledad lo puede matar, al estar tan amargado ¿De qué vale la felicidad?

De esa manera pasaban el mes, riendo sin parar, cantando sin cesar y bailando hasta el cansancio… invitando a las estrellas a unirse a la celebración.

Las estrellas como eran igual de fiesteras; y un poco alcahuetas, brillaban mucho más de lo normal, para así llamar la atención de ese señor tan malhumorado, hacía aquella gran y hermosa dama que se teñía de color anaranjado para coquetear a su amado. Y se unían a coro haciendo de la noche de ese día, un espectáculo celestial.

Como las noches de navidad cuando estallan en luces de colores y dejan boquiabierto al más cascarrabias.

Pero ni canto, ni luces, ni el dulce de polen, hacían alegrar a este señor regordete que en su haber habitaba la vida en general.

Las hadas y las estrellas tenían su idioma, un idioma tan peculiar que para poder entenderlo a plenitud se necesitaba estar feliz. Porque las hadas estaban hechas de felicidad, al igual que la Luna y las estrellas. Y como la tierra era tan amargada, lo único que escuchaba era alaridos sin sentido y pensaba constantemente:

-Ya van a volver estas luces a gritar, sabotear y atormentar. ¿Cuándo pararán?

Pero ninguna de ellas sabía, que la tierra no entendía, y por eso cada año volvían a intentar alegrar el día, a esa tierra tan arisca.

PERO nosotros sabemos que es lo que le pasaba a Tierra.

Lo contó, hace mucho tiempo un ser microscópico. El primer ser de dos piernas que con Tierra pudo hablar, un ser que vino en un estallido espectacular, tan diminuto era que se pudo escabullir por el centro de Tierra y así poder escuchar los lamentos que en secreto vociferaba sin parar. Fue ahí donde todo comenzó y se pudo explicar por qué Tierra achacoso le daba la espalda sin parar a Luna tan coqueta que no hacía más que cantar.

Pasaban siempre los años, las hadas cantando y celebrando, las estrellas brillando y coreando y la luna hermosa y celosa, fracasaba los Diciembres a cualquier hora. La Tierra así seguía, protestón y con mal humor, balbuceando sea con Lluvia o con Sol.

Pero un Diciembre de repente en la tierra algo pasó. Una estrella se desprendió y cayó: ¡¡¡¡PAFFFF!!!! Sobre el estomago de Tierra, haciéndolo brillar más que el sol (o cualquier otro asteroide). El universo enmudeció y en susurros un montón de chismes se esparció:

Decía el polvo celestial:

-¡OH! que gran barbaridad, un planeta menos que contar, producto del Big Ban.

Entre rocas perdidas, los insectos del espacio, comentaban con agravio:

-Si la tierra esta alumbrada, nada se puede hacer, solo ahí existe el agua y sí él no puede ¿Quién le dará de beber?

El polvo de los asteroides susurraba al pasar:

-Que rojita está la tierra, espero no se vaya a desintegrar. Sola quedaría Luna. Las hadas y las estrellas no tendrían para disfrutar.

Un gran silencio se apoderó de todo el universo. Un silencio tan profundo que si hubieses estado ahí, te tapaba los oídos. Y en un momento, desde el planeta más lejano se escuchó, como un estruendo, una risa escandalosa. Una prueba de que alguien gozaba sin parar. Una risa tan extraña que no era conocida.

Y desde lo lejos un agujero negro logró descifrar el enigma.

Era Tierra quien reía, y no paraba de reír, pues una minúscula personita caminaba sin parar por los prados que Tierra albergaba en su hogar. Nadie previno que los andantes hicieran cosquillas a Tierra, pues justo el asteroide fue a parar sin proponérselo en el mero estomago de este señor, que desde aquel día sonríe con furor.

De esta manera las hadas no entristecieron durante años, y menos mal, porque a ellas después de llorar les da fiebre por mucho rato.

Y fue así como las hadas convocaron a las estrellas.

Y las luciérnagas alumbraron.

Y Tierra escuchó por primera vez sus cantos.

En vez de bulla, graznidos y espantos,

a sus oídos las melodías de la prosa,

el verso y el canto, por fin llegaron.

Y se unió en festejo con algarabía un señor que pecaba de malhumorado y que nadie lo entendía.

Muchas personillas durante siglos han vivido en la panza de Tierra, causando alegría y llevando la amargura mucho más lejos que la misma lejanía.

¿Y se preguntarán que fue de Luna?

Pues tierra dejo de darle la espalda. Y el día en que Tierra y Luna se dieron su primer beso, todo el universo lloró de felicidad, tanto que Tierra casi se ahoga y como no tiene drenajes el agua se quedó. Y es tan inmenso lo que el agua abarca, que se pierde en el horizonte. Y muchos por eso piensan, que al quedarse viendo fijo al mar, mas allá de la mirada hay una cascada de agua salada, que le da la vuelta a Tierra siguiendo el camino en que la oriente la brisa.

Las hadas en la noche de bodas, regalaron a Luna un inmenso conejo, que se pasea entre los desiertos de la dama nocturna, por eso antes que Luna bese a Tierra, ella sonríe desde lejos, y el conejo se deja ver, sólo para aquellos que en las noches de Diciembre, y otros meses, puedan divisar sus grandes orejas, unas orejas tan peludas que se convirtieron de inmediato es las almohadas apapachables de las estrellas.

Daniel Dannery

2009

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