Rabia.
El no haber robado jamás el beso para tener en el recuerdo al menos un sabor inventado de brisa fresca y flores silvestres.
Tenerle miedo a la rendija que existe entre los pliegues de los dedos y poder descubrir si existía el calor suficiente para que las manos sudasen, tal vez de emoción.
Recordar en solitario, en medidas distantes y paralelas, a través de una imagen que no fue tomada por ti.
Tener miles de letras y espacios en blancos, que jamás podrán desbordase sobre el papel.
Descubrir que el tiempo pasa y no es en vano y vamos en constante cambio tratando de tomar decisiones, malditas o no.
Sorprenderse porque el sentimiento de culpa, es una alimaña, un acaro microscópico que te carcome día a día y que salea flote, como un cáncer que se convierte en el animador de tu desdicha, por una confesión.
Pensar que hubo noches cargadas de risas, y saber que un minuto basta para convertirlas en desgracia.
Rabia. Ahogarse en palabras, y agonizar con el alfabeto atragantado en el pecho, y duele, como duele.
Dejar depensar. Pensar que no todo estuvo mal. Pensar. Pensar en la vida del otro y vivirla.
Dramatizar: Una almohada que se convierte en la victima mas conveniente, para olvidar que la victima eres tu.
Golpear. Maltratar. Acorralar.
Momento para darle “Click” al switch que prende el lado más oscuro de tu humanidad, aquel que procuramos no dejar salir, porque sabemos que pocas veces vivimos del miedo.
Violar tu propia libertad, para dejarla atrapada tras los barrotes de la emoción, y olvidar que existe la razón.
Perder.
Tener la sensación del vacío. Aquella que es la vida de todo agujero negro.
Y perderte.
Y luego el temor, ese que acaricia tus parpados, y te hinca fuertemente recordándote que no sabrás cuando volverás a encontrarte.
Odio.
El que procuras no sacar a pasear porque eres un espejo donde se reflejan los demás.
2009.
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