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lunes, 26 de julio de 2010

ZAMURO.

Zamuro

“Mas en el silencio insondable la quietud callaba”

Edgar Allan Poe.

El Cuervo.

“Érase un buitre que me picoteaba los pies.”

Frank Kafka

El Buitre.

Entre las paredes del cuarto, el hombre se encuentra erguido en el rincón más oscuro de la habitación. Balbucea incansablemente. Su susurro crea un ruido particular entre tanto silencio. Reza. Mira constantemente a la pared, y reza. Hace frío.

De la única ventana que tiene la habitación, entra una neblina grisácea que delinea los rincones más iluminados. La sombra del hombre desaparece y se convierte en algo más que una silueta entre la niebla. Su espalda se confunde con cualquier mancha que proviene de la ceguera.

Él sigue rezando, y balbucea los versos destinados al descanso eterno, pues en la habitación contigua hay más gente vestida de negro. Algo más se presenta en la quieta oscuridad y un picoteo en la ventana, lo hace despertar.

El hombre deja de rezar y por un instante la noche ensordece la habitación. Voltea pausadamente, y entre la espesa niebla y los faros de la calle, sus ojos dejan ver la negra silueta de un animal extraño parado en la ventana.

Vuelve a picotear.

Y el hombre cauteloso se acerca entre la niebla. Con paso inseguro va incorporando su visión, hasta hacer de la silueta un objeto de razón. <<¿Qué es esa cosa amorfa que se posa en la ventana?>> Y al estar pocos pasos de la extraña masa negra, un picoteo en el cristal, lo alerta.

<<¿Es posible qué esa cosa intente crear distancia? Yo sólo quiero cerrar ésta ventana>>. El hombre parado ante la imagen de aquella silueta, le grita enardecido:

-Shh

Vete, shh, sal de aquí.
Pero el extraño cuerpo inerte, sólo responde de una manera, con un picotear en la ventana.

La extraña cosa negra se queda ahí parada, esperando alguna otra queja, y el hombre ya molesto da dos pasos entre la niebla, la silueta chilla un graznido de violencia, e incontrolablemente golpea el cristal con fuerza.

Sopla un viento recio y la espesa niebla cesa, un rayo del farol ilumina la silueta. El hombre estupefacto lo ve con prudencia, y se queda petrificado al ver su naturaleza: ¿Un zamuro?.- Se pregunta, con un tanto de inocencia. ¿Un zamuro en la ventana? – Se pregunta con insistencia.

Un zamuro en la ventana, un negro y asqueroso zamuro, es quien reta al doliente.

El hombre se desespera, ve a los ojos al ave carroñera. Por un instante sus miradas se encuentran, y el zamuro obstinadamente se descubre en el reflejo, y como si odiara lo que ve, picotea con rudeza, y el delicado vidrio de la ventana se quiebra. Su pico queda ensangrentado, y el ave un tanto atontada, intenta volver al juego, parado sobre los restos, comienza a caminar hacia el hombre vestido de negro.

El hombre se desespera, y el frió por primera vez lo incomoda. Sus labios resecos, sus manos atontadas, sus ojos ardiendo.

El zamuro con la cabeza baja, le sorprende rápidamente y salta sobre su victima.

El hombre intenta alejar al ave, pero éste con más fuerza comienza a picotear. El hombre grita, grita con más fuerza, pero ninguno de los dolientes escucha la pelea, pues los rezos se han incrementado justo cuando el reloj dio las doce y media.

Un picoteo a la deriva, arremete contra uno de sus ojos, el hombre grita de la desesperación, y con un pedazo del globo ocular entre sus manos, intenta ponerse de pie. <<¿Qué es esto?>> se pregunta al intentar equilibrarse; los vidrios rotos de la ventana se incrustan en la piel.

El zamuro retrocede y observa desde un rincón, suelta un graznido furioso, un graznido desalentador, un graznido que parece una risa, pero que oculta insatisfacción.

El hombre desorientado da dos pasos hacia atrás y un torpe movimiento lo hace caer, se lleva una mano hacía la cabeza adolorida, y descubre pequeños orificios que le han perforado la piel.

Entre la desesperación y la ceguera tantea alrededor, y descubre un pedazo de cristal del tamaño de un cuchillo, toscamente lo agarra entre sus manos, y al empuñar con furia, un dolor lo precipita, pues el filo del cristal le ha dibujado una herida en la palma de la mano. El ave, como si intuyera el plan del hombre, alza vuelo rápidamente, su figura se pierde entre la oscuridad que habita el techo, el hombre casi ciego lo pierde por un momento, y al voltear hacia su mano descubre al zamuro zafando el cristal de entre sus dedos. <<¿Por qué me haces esto?>> Le pregunta ridículamente a el ave, y el zamuro entre la oscuridad, suelta un graznido aterrante.

Se abalanza contra el hombre, y como si su sed fuese de sangre, picotea la herida abierta de la mano, con tal rapidez asume el acto, y antes que el hombre pueda quejarse, le cercena uno de sus dedos, el hombre grita del dolor, y siente que el sufrimiento lo hará caer rendido.

Pero, el reflejo de la angustia lo hace accionar con cierta suerte y antes que el ave salga volando con el dedo entre el pico, el hombre lo ataja de un ala, y con el puño cerrado donde resguarda una parte de su ojo desmembrado, le propicia un golpe certero en el corazón.

-¡Maldita ave!– gritó.

El hombre suspira. Extenuado recuesta su cabeza sobre la pared, voltea hacia arriba y descubre que yace sentado bajo el marco de la ventana.

Un trozo del cristal, un trozo no tan grande pero si completamente afilado, de la forma de una pequeña navaja de ratero, cuelga del marco.

El hombre cierra los ojos, respira por la boca intentando calmar la taquicardia, balbucea nuevamente, y escucha los rezos en la otra habitación. Traga saliva, y su nuez antes de poder devolverse en el camino, es perforada por la caída súbita del pedazo de vidrio.

El hombre intenta respirar, intenta ponerse de pie, pero resbala nuevamente, y al caer frente al piso, el trozo del cristal se incrusta completamente.

Ya no es un rezo lo que sale de su boca, sino un flujo constante de sangre y un sonido que sólo ahogados pueden escuchar.

El zamuro abre sus alas, y entre el horror de la sangre y los rezos se incorpora y ve a su depredador casi muerto. Se acerca con paso ligero y antes de mirarlo a los ojos toma vuelo, se posa en el marco del ventanal y deja caer su débil cuerpo.


Daniel Dannery.

2004 .

Revisado para su publicación en 2010.

Foto: Pto. Cabello. Abril 2010.

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