Todo es.
Pertenencia, que hace del hombre
Lo que nunca ha querido ser.
Para Aldo.
Soy un hombre, una esfinge, un leopardo, pero ante todo sigo creyendo. Y mi más amplia convicción es ser eso que a la vista de los demás y la mía propia es satisfactoriamente aclarada por el espejo y las pupilas que ante mi pertenencia en esta tierra me siguen viendo como el hombre que soy.
Soy un hombre dispuesto a matar, a seguir fielmente el camino de una tribu, dando paso tras paso, un encuentro de felicidad corporal que me asemeje a la victima que por mis manos pase. Me encuentro erecto en el centro de la tierra derramando una a una las lagrimas de mis esclavos que sin dejar por detrás a ninguno en un frasco guarde.
Aunque éste sea mi propósito en esta vida, desconfío en mi fuerza, en la claridad emocional que pueda pasar al frente de mis ojos, de esa forma como veo a la vida, ser un esclavo de mis propias acciones, convertirme en la victima de mis victimarios, ser nadie en donde se encuentra todo, serlo todo en donde no hay nada.
Soy la victima de los leones, un pedazo de carne utilizado como carnada ante los ojos inmóviles de una manada, atrapado dentro de un circulo, y viendo como uno a uno, espera por dar el primer paso, ante la idea de acabar con la vida del que en algún momento se creyó interminable. Trato de calzar mi espíritu, acoplarlo a un sentimiento de piedad, pero soy un hombre y más que un hombre; un asesino, peleo con mi mente, pensando que la naturaleza tendrá piedad de mi.
Soy un asesino. Es la naturaleza el Dios que en algún momento me dio vida, es la esfinge al final del camino ese retrato ficticio de mi memoria que hace de mi, un credo de predilecciones. Se que ella no confía en mi, ella es mi diosa la creadora de mi existencia ¿y cómo creer en aquella persona que cobra vida para luego acabarla? no soy más que el samurai, con espada de doble filo, acechando al amigo, para convertirlo en enemigo.
Es el león, la criatura que me aborda ante la inequívoca sospecha de ser un rey, de ser una persona al mando de todo, de ser ese animal, de imponente carácter, de mirada fría, y sediento de sangre, con hambre de deseos. Soy un samurai que en el vuelo, recorre el mundo, para caer luego sobre las nubes y ver mi figura ante el reflejo del océano, que lleno de vida aclama por mi, pero la tierra es mas poderosa, la tierra llama, así como llama el corazón de una madre, de la madre naturaleza que reza por los pecados cometidos, del hijo que negó ser alguna vez lo que fue, que no se fijo en su alrededor, que lo tenia todo y luego nada, y es que la tierra llama.
No son muchos pasos ante el deseo incontrolable de desgarrar la piel, dejarla secar bajo el sol, bajo una fosa de traiciones, hacer que de ella, una u otras generaciones, se fortalezcan del alimento necesario que de la piel putrefacta brota; los gusanos, las lombrices, las que llevan parte de ti hasta el final de los días, son estos gusanos los responsables de formar una nueva vida, de cargar en su cuerpo flácido la responsabilidad de crear; sustituirlo, como la oruga, cambiar, ser partes de un proceso metamórfico. Pensar que no todo era lo pensando, soy el leopardo que en recuerdos, creyó ser un hombre, pero mas que eso, soy el leopardo, que sobre su lomo porta las alas de todas la mariposas, soy ese leopardo, la mascota de la esfinge, que soñó con ser hombre y no es mas que un león. Soy eso, lo que es, lo que todo puede ser, lo que todo es.
Daniel Dannery.
2003.
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